Dicen que en un pueblo estaba un mecánico arreglando el motor de un automóvil. Se da cuenta que una persona está observando lo que pasa en el garage, y lo reconoce: es un conocido cardiólogo, y conocido también por lo que cobra por operar en un hospital de la ciudad que queda a pocos kilómetros de allí. Ganas no le faltan al mecánico de hacerle ver, al cardiólogo, sus puntos de vista en cuanto a la diferencia de salarios entre ellos. Hasta que la larga:
– Doctor, ¿cómo está? ¿Me permite expresarle un punto de vista personal?
– El médico asiente.
– Mire usted doctor, como ya he desarmado el motor de este auto, lo estoy reparando para enseguida volver a dejarlo como nuevo. Este automóvil seguirá funcionando, y sin problemas con su motor, gracias a mi trabajo.
– El doctor asiente, con un movimiento aprobatorio de su cabeza, atentamente escuchando lo que se le planteaba. Sigue el mecánico:
– Doctor, yo he aprendido cada parte de este motor, cada pieza, cada tornillo y cual es su lugar, sé como colocarlos para que el conjunto trabaje bien, lo que, valga decir, me da mucha satisfacción personal.
– Sigue el médico escuchando y moviendo su cabeza afirmativamente, está efectivamente escuchando lo que le plantean.
– Vea pues doctor, el motor es el corazón de un automóvil, pero si me permite decirle, la diferencia entre lo que yo gano y lo que usted cobra por una operación es como mucho, es algo que no se puede ignorar.
– El doctor sigue escuchando, cortésmente.
– Permítame seguir, doctor, es que como que el chancho está mal cortado, como dicen, y es que necesito desahogarme también, es algo que me tiene pensando ya hace años.
Termina el mecánico su desahogo, por fin, y el médico se retira a la sala de espera del garage. Llegado el momento, le entregan su automóvil, paga y monta para retirarse. Justo al ir saliendo del garage, ve que el mecánico viene caminando, de vuelta, con un refresco en la mano. Baja el vidrio del auto, y le habla:
– Oiga, con respecto a lo que usted me planteaba, ¿se acuerda, allí adentro?
– Si claro, doctor, dígame.
– Bueno, uno de estos días haga lo mismo que hizo cuando me conversaba, pero con el motor andando. Y cuando nos veamos nuevamente me cuenta cómo le fue. Se despidió, subió el vidrio y siguió su camino.
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